jueves, 26 de junio de 2008

EL VIAJE ANDALUZ DE CELA




Cuando Camilo José Cela recibía en Estocolmo el Premio Nobel, como homenaje a España, se oían de fondo los sones de "El Sombrero de tres picos", de Manuel de Falla.

Cela, que había recibido sus primeros alientos literarios de la malagueña María Zambrano en sus tertulias y tés de la su casa de la Plaza Conde de Barajas, en Madrid, volvió a encontrarse, en altura de paréntesis, con la presencia universal y siempre mística de lo andaluz. De lo andaluz en Estocolmo.

No sé si su primer encuentro o su primer viaje andaluz fue ese que me contaba Perceval, cuando decía que Cela, como Lorca, vivió de niño en Almería donde su padre fue funcionario en la Aduana y su madre inglesa (y esto se lo he oído al propio Cela) fue campeona de tenis.

La verdad es que la irrupción de Cela en Andalucía, en la mitad de Andalucía, lo hace del brazo de su "Primer Viaje Andaluz", libro que allá por los setenta publicó Noguer y que supone para Cela la tentativa -prueba de fuego- de alcanzar lo que otros tampoco consiguieron. Puede que este temor al fracaso sea la causa de que este relato no tenga la lozanía y el buen andar y yantar que hizo famoso su Viaje a la Alcarria, Desde la venta de Cárdenas o Puerto Lápice contemplaría, no sin temor, la anchura y hasta el confín de Andalucía, confesando asombrado que le resultaba "rara" y "hermética".
Para aviso de lectores, andaluces sobre todo, confiesa "que es un hombre
de otras latitudes, de diferentes paisajes, de distintos amaneceres y atardeceres, de vario y dispar color pintándose -como en los cuadros de los pintores-sobre las casas y sobre el cielo, en las copas de los árboles y en el sedoso pelo de los animales..."

Dice que el Sur "es luminoso y atroz, cálido y esmaltado, brillador y cegador como el fuego que arrasa los bosques y pone en huída a las alimañas..."

Tal vez por eso se siente "punto menos que héroe cuando se levantó para tomar el camino del Sur..."


Aparte sus apuntes geniales, porque nadie a estas alturas puede dudar de la categoría de Cela, no consigue en el alma de este pueblo de fábula que tuvo en Luis Berenguer, gallego y andaluz, acaso su más ferviente discípulo, uno de los más grandes conocedores. Andalucía le resulta a Cela demasiado abierta como para entrar y salir libremente por ella. Es tierra trillada. Tierra proclive al tópico, lo que le hace sentirse cauto, intentando descubrir en cada piedra, en cada muro, en cada arroyo, la Andalucía típica que seguramente no encuentra. Todavía hasta Úbeda, hasta Baeza, hasta los olivares machadianos, "color de bronce viejo", se siente seguro, porque estas tierras son todavía La Mancha. Es en Marto donde cree ya encontrar "el grácil tacto luminoso y el albo mágico aroma de Andalucía..." Luego será en Priego y en Lucena, donde volverá a tener la misma sensación y hablará de la "quieta y aromática presencia de Andalucía que huele, misteriosamente, a tierra y azahar, a paz y sobresalto, a toro negro y roja carne de membrillo..." El membrillo de Puente Genil.

Cabra, Montilla, Córdoba, Écija, Osuna, Carmona, Sevilla... Sevilla, "dama de singular belleza", sabiamente vista por Cervantes... Se rinde el escritor vagabundo ante la "traza antigua y prócer, de rendida y discreta cortesía", de la ciudad...

A uno, la verdad, le encantó esa presencia mítica y universal de lo andaluz en el corazón de Estocolmo y del mundo, donde también fueron proclamados universales un Juan Ramón Jiménez y un Vicente Aleixandre, andaluces como ríos caudalosos a su mar...

Y así, en ese dudoso caminar del escritor que por prudencia tal vez no quiso repetir viaje, le dejamos alejarse hacia el Guadiana fronterizo, dónde, certero como siempre, se detiene atraído por el vuelo rasante del zorzal, que es pájaro que se viste de estameña, y del palomino jazmín, con el pecho de nieve...

Todo lo demás, sorprendido, son los esteros desde Ayamonte a la mar...


(Artículo de José ASENJO SEDANO, publicado en ABC, de Sevilla, el 3o de noviembre de 1991).

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