sábado, 22 de marzo de 2008

PABLO NERUDA





En Parral –un pueblecillo del corazón de Chile, donde “crecen las viñas y abunda el vino”- nació Pablo Neruda un 12 de julio –invernal- de 1904. Al mes siguiente – “sin saber que la miré con mis ojos” –moriría su madre, Rosa Basoalto, la primera mujer de su vida, de la que sólo supo que escribía versos. Recordará que había un retrato en su casa, en el que aparecía “vestida de negro, delgada y pensativa”. Pronto viajaría a Temuco, en la Chile austral, donde su padre –José del Carmen- era maquinista de un tren lastrero. De Temuco, Neruda recordaría siempre la vida miserable de los trabajadores fronterizos, casi todos emigrantes, los terribles vendavales y las lluvias incruentas que venían de las zonas marítimas. El trabajo de su padre en aquel tren lastrero era estar constantemente cuidando el estado de las vías impidiendo que las lluvias y los huracanes se llevaran los raíles.

“De pronto trepidaron las puertas.
Es mi padre.
Lo rodearon los centuriones del camino:
Ferroviarios envueltos en sus mantas mojadas,
el vapor y la lluvia con ellos revistieron
la casa, el comedor se llenó de relatos
enronquecidos, los vasos se vertieron,
y hasta mí, de los seres, como una separada
barrera, en que vivían los dolores,
llegaron las congojas, las ceñudas
cicatrices, los hombres sin dinero,
la garra mineral de la pobreza”.

En Temuco, a la sombra bravía del volcán Llaima, conoció Neruda a su segunda madre, Trinidad Candía Marverde. “Apenas llegaba mi padre –cuenta- ella se transformaba solo en una sombra suave como todas las mujeres de entonces y de allá”. Tuvo una decisiva influencia en su vida. Temuco, por otro lado, significará la niñez y adolescen-
cia del poeta, sus correrías, los primeros versos, los primeros amores ocultos y desesperados.

“Lo primero que vi fueron árboles, barrancas
decoradas con flores salvajes hermosas,
húmedo territorio, bosques que se incendiaban
y el invierno detrás del mundo, desbordado.”

Pero lo que Neruda quería –en su búsqueda- era ver dónde nacían aquellas nubes y aquellos vientos gigantes. Desde la ventana de su casa, se sentía atraído por aquella fuerza que conmovía el mundo. Una madrugada –en verano- su padre le lleva, con toda su familia, a ver el mar. El tren corría veloz por aquellos campos. “Cruzaba inmensas extensiones deshabitadas sin cultivos –contará- cruzaba los bosques vírgenes, sonaba como un terremoto por túneles y puentes”. Observará que “cada estación tenía un nombre hermoso, casi todos heredados de las antiguas posesiones araucarias”: Labranza, Boroa, Ranquilco, Imperial. Aquí, a la vista del puerto, oiría por primera vez “el trueno marino”. Después, “cuando estuvo por primera vez frente al océano –dirá-quedé sobrecogido. Allí, entre dos grandes cerros (el Huilque y el Maule) se desarrollaba la furia del gran mar. No sólo eran las inmensas olas nevadas que se levantaban a muchos metros sobre nuestras cabezas, sino su estruendo de corazón colosal, la palpitación del universo”. Aquello era Bajo Imperial, un villorrio junto al río, con los tejados de las casas pintados de colorado. Como Temuco, Bajo Imperial es decisivo en la nostalgia del poeta. La selva, las nubes, los prados, los caballos solitarios y colosales. Mirándolos, diría que “así habrían andado los volcanes si pudieran trotar y galopar”.El caballo, con su furia, es la representación animal de aquella naturaleza. También el color de las sierras y los millares de flores silvestres, la flor del corihue “como una gota fresca de sangre”. En ese tiempo conoce a Gabriela Mistral, “una mujer alta, con vestidos muy largos y zapatos de tacón bajo”, a la que él miraba tímidamente.
El 1921, terminados sus estudios en Temuco, su padre decide enviarlo a Santiago a cursar Pedagogía. “Provisto de un baúl de hojalata, con el indispensable traje negro del poeta, delgadísimo y afilado como un cuchillo –cuenta- entré en la tercera clase del tren nocturno que tardaba un día y una noche interminables en llegar a Santiago”. Santiago supuso su encuentro con los poetas, sus primeras amistades y la publicación de “Crepusculario”. Enseguida vendrían los “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”, posiblemente uno de los libros más hermosos de la poesía contemporánea.
Cuando le preguntaban a Neruda quienes eran las mujeres de este libro siempre contestaba evasivamente. El las llamaba Marisol y Marisombra. Marisol es Temuco, los primeros años de su vida; Marisombra, es Santiago. Marisol es la propia Naturaleza austral de Temuco. “En torno a mi estoy viendo tu cintura de niebla / y tu silencio acosa mis horas perseguidas, / y eres tú con tus brazos de piedra transparente / donde mis besos anclan y mis húmedas ansias anidan”. Desde la calle Marví (en Santiago) su sensibilidad se inquieta como una llama. Santiago, entonces, era una ciudad de medio millón de habitantes.

“Luego llegué a la capital, vagamente impregnado
de niebla y lluvia. ¿Qué calles eran ésas?
Los trajes de 1921 pululaban
en un olor atroz de gas, café y ladrillos”.

Desde la ventana, contemplando el cielo redondo y estrellado, suspira por aquel lejano mundo suyo, salvaje y vivo, donde la Naturaleza, con sus vientos y con sus nieves, palpita y tiembla. Todos sus recuerdos están asidos a esa contemplación. El Amor – y nadie lo dirá mejor que él – es oceánico.

“De un gran dolor, de arpones erizados
desemboqué en tus aguas, amor mío,
como un caballo que galopa en medio
de la ira y la muerte, y lo recibe
de pronto una manzana matutina,
una cascada de temblor silvestre.
Desde entonces, amor, te conocieron
los páramos que hicieron mi conducta,
el océano oscuro que me sigue
y los castaños del Otoño inmenso”.

El realidad, en los “Veinte poemas” –en estos veinte los de la vida de Neruda- están las memorias del poeta. Todos sus descubrimientos y todas sus nostalgias, están contadas con fervor y hasta con ternura. ¿Es la mujer, la primera sonrisa, los primeros besos, o es la luz cenital, el volcán enloquecido o la lluvia interminable? “El cielo es una red cuajada de peces sombríos”, recordará. Se iba al río Cautin y, escondido en un lanchón, se ponía a soñar con su niñez. Esta será una de las constantes del poeta. Oculto allí, oloroso de río y de fango, repasa los días de vientos (“pasan huyendo los pájaros”), las nubes desoladas (“mis palabras llovieron sobre ti acariciándote”), el mar (“una gaviota de plata se descuelga del ocaso”) y, entonces, al darse cuenta de que todo ese mundo – ese primer amor, ese dulce amor adolescente- ya no existe, se siente perdido y desesperado. “Mi alma no se contenta con haberla perdido”. “Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero, / es tan corto el amor, y es tan largo el olvido”.
A pesar, no puede, no quiere quitar de sus ojos ese lastre del recuerdo. “¡Abandonado!”, grita. “Abandonado como los muelles en el alba. / Sólo la sombra trémula se retuerce en mis manos”, contempla.
Es importante llegar a las raíces de un poeta para saber de qué cenizas brota la llama. Puede que nunca –con tan pocos años- se haya cantado la Naturaleza y el Amor como lo hizo Pablo Neruda. Para él, ambas cosas significan lo mismo. Con los “Veinte poemas”, posiblemente culmina la primera parte de su vida. En su alma, siempre ese bagaje entre dulce y agrio. Agrias eran las aguas del mar, cuando las escribe. El amor es una boina gris. ¿Por qué gris? ¿Por qué en sus ojos, ese recuerdo gris de las nubes, de la mujer que pasa y de los picos helados? Gris, como la lluvia que azotaba las casas de Temuco. O el chorro de humo de aquel tren lastrero y machacón que barría las tormentas.

“Frente a mi casa el agua austral cavaba
hondas derrotas, ciénagas de arcillas enlutadas,
que en el verano eran atmósfera amarilla
por donde las carretas crujían y lloraban
embarazadas con nueve meses de trigo”.



¿Por qué está en sus ojos, entre la vida y la nostalgia, ese adiós gris y desesperado? No sin dolor se despide Neruda de su adolescencia. “Es la hora de partir, la dura y fría hora / que la noche sujeta a todo horario”. Mirando las aguas, nunca será su vida más río que en ese instante. Un río arrullador y vital, que se abraza a la tierra y la fecunda. “Más allá de tus ojos ardían los crepúsculos”. También: “Quiero hacer contigo / lo que la primavera hace con los cerezos”.

“Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo: La noche está estrellada,
Y tiritan, azules, los astros, a lo lejos”.
El viento de la noche gira en el cielo y canta.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.
En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.
Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.”

Cuando en 1924 publica Pablo Neruda sus “Veinte poemas de amor y una canción desesperada”,Federico García Lorca empezaba a escribir el “Romancero Gitano” y Rafael Alberti, “Marinero en tierra”.
Él, por entonces, entraba a ser hombre.
José ASENJO SEDANO

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