domingo, 16 de marzo de 2008

MEMORIA DEL MAR





Nacido en tierra penibética, Guadix, sin esperarlo, vine a dar en la Bética y en la mar, no sé si por aquello de las vidas y los ríos que ya cantara Jorge Manrique. Conocía el Mediterráneo, mare nostrum, de cuando niños nos traían los veranos a Almería a tomar los baños, tiempos de la memoria histórica.
El Atlántico, padre de todos los mares, tierras bajas de Andalucía, el océano presente, fue para mí más que una entelequia. Aquello no tenía principio ni fin, todo lo abarcaba. Por eso quizá aquel tanto mar fue un asombro. Era septiembre de 1960, cuando lo descubrí y palpé, supe que sería mío para siempre. Desde mi casa extramuros, lo oía trepidar en los muros de Cádiz, ciudad medieval fortificada, protagonista paciente de antiguas guerras navales. Ciudad sitiada y saqueada, pisada por César, no por Napoleón que se quedó en la Cortadura. De mis contemplaciones oceánicas nacieron algunos de mis relatos (Trafalgar, Penélope y el mar) y mis novelas de un tiempo pasado, “Papá Cesar, el último naviero” (Ediciones del Guadalquivir, Sevilla, 1992), y “El Cementerio inglés”, que aparecerá el otoño próximo en la editorial del Instituto de Estudios Almerienses. Mis libros de la memoria del mar, esa maravilla.
Mi estadía en Cádiz, diecisiete años, me dio oportunidad de conocer aquellos litorales, la ciudad histórica, la Bahía y las gentes como láminas de ese mundo unido, de mil maneras, al ultramar y al mundo americano. Cádiz, hasta su habla, es un balcón a Cuba y su entorno. En su arca centenaria se conservan leyendas de fenicios, griegos y romanos y, sobre todo, correrías navales hacia el norte y hacia el sur. Trafalgar, que mereció una plaza en el corazón de Londres, no se olvida. De noche, en el invierno de fuertes lluvias, se escucha el puño del mar, poderosísimo, golpeando la ciudad en sus cimientos, sus sólidas murallas. Así un día, bajo un tremendo aguacero, la mar revuelta, vería partir el buque “Juan Sebastián Elcano”, como un caballito de mar entre las olas. Memorables también los días de botadura, aquellos petroleros gigantes entrando en la Bahía, saludados por sirenas, gritos y banderas. Todos los barcos como patos en su entorno.
En la Bahía están los Puertos ( de Santa María y Puerto Real), tierra de vinos y caballos. Y de almirantes. Conocí y traté a don Eduardo Gener, presidente del Consejo Provincial del Instituto Social de la Marina, marino ilustre, del que fui su Secretario. Fino y exquisito poeta, historiador, un aristócrata de la palabra, patrimonio, me contaban, de la Isla de León, de las gentes del Departamento de San Fernando. Me hablaba muchas veces de Pemán, su amigo, pero, sobre todo, del mar, mi obsesión. Conocí a Luis Berenguer, novelista, ingeniero de armas navales, escritor brillante, desaparecido. Y gentes de la poesía, como Fernando Quiñónes, Pilar Paz Pasamar, Jesús Palacios, Tejada, Ángel García López...
De la Bahía de Cádiz, ese marco natural, han escrito muchos poetas famosos: Juan Ramón, Cernuda, Villalón, Alberti. El Colegio de los Jesuitas de El Puerto sembró de poetas y poemas este pequeño y lírico rincón, mar contemplativo. Yo mismo le dediqué uno de mis libros navieros: el Guadalete y las salinas...
Muchas cosas recuerdo de aquel mar y de aquella ciudad y sus entornos, que abandoné en 1977 para ser director del ISM en Almería, ciudad mediterránea que me trajo suerte. Aquí he escrito varios de mis libros, incluso los que hablan de allá, y recibí la noticia de mis premios literarios. Gracias, Almería. Mi recuerdo a Perceval, pintor inolvidable, y los Indalianos.Visconti, mi amigo. Mis amigos de la revista Buxia. Los escritores de Albox y Huercal Overa.
Quiero mencionar, a propósito del triste naufragio del “Nuevo Pepita Aurora”, pesquero de Barbate, puerto y playa que tantas veces visité cuando la ciudad comenzaba a ser un emporio pesquero, otros naufragios próximos y lejanos de aquel mar. Días siempre amargos, porque el mar, con su belleza, es también una trampa mortal, amor celoso. Blanco White nos dejó páginas emocionantes de la Bahía, su peligrosa travesía de El Puerto a Cádiz. Mi recuerdo póstumo a Chirri Lazaga, de estirpe marina de San Fernando, nuestro ángel guardián, quien tantas veces lloró lágrimas en las puertas de tantas gentes de la mar de Cádiz, al darles la triste noticia de la pérdida de algún barco o de algún o algunos marineros, maridos o hijos procedentes de Galicia, Levante o de aquella tierra. Aguas de Canarias, Terranova o Canadá...Buques flamantes, armadores poderosos, pesquerías cántabras y gallegas...
En Almería, a poco de llegar, me tocó otro naufragio famoso, el de “El Colorao”, de Adra, hundido al ser abordado de noche por un buque mercante en el puerto de Barcelona. Nadie se salvó. Lo doloroso es que, cuando cambiaron su base a aquellas aguas, antes, vino a visitarme su tripulación, un grupo de muchachos animosos dispuestos a mejorar su vida. No sabía que no tardaría mucho tiempo en asistir a su entierro en Adra, día trágico, los ataúdes en el centro de la iglesia abrazados por sus viudas jóvenes enlutadas. Llanto y gritos, verdadera tragedia griega, sin duda. Cuánto lo sentí. Hasta un ministro, año 1979, vino al funeral, presidido por el obispo don Manuel Casares, granadino ilustre.
Después de los años, desde la memoria, puedo afirmar que el oficio de la mar es duro y valeroso, de hombres sufridos, de familias siempre en espera vigilante donde la mujer ocupa un papel singular, ella es la que se ocupa de la educación de los hijos, madre y padre, mujeres fuertes. Gente extraordinaria y valerosa. Podría contar más historias, pero un comentario de periódico no da para más...¡Poco se sabe de estos hombres, los de la pesca de bajura próxima al litoral, y la otra de altura y gran altura, aventura de largos meses en mares enloquecidos y tenebrosos...! Ausencias terribles que duran meses y años, lejos del hogar....

JOSE ASENJO SEDANO

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